Personajes que caminan la ciudad
Mar del Plata es una ciudad 煤nica. En muchas cosas. Pero no es una ciudad como el resto. Me refiero a que los que sabemos algo sobre ella, conocemos a sus personajes por el relato oral y no porque hayan aparecido en una p谩gina de La Capital. Hay personajes que tiene Mar del Plata que son dignos de novelas. Otros, con su intervenci贸n, dieron tramas que podr铆an llenar horas de novelas o pel铆culas.
Vamos a nombrar algunos de los que me puedo acordar.
En el puerto, tierra que conozco desde que tengo uso de raz贸n, camina por sus calles de olor mar铆timo un capit谩n. Un hombre un poco tosco en su andar, siempre acompa帽ado por alg煤n fiel compa帽ero de cuatro patas. Algunos lo conocen como Joaqu铆n. Pero ¿ustedes conocen qui茅n fue antes de vivir en el puerto?
La historia se remonta muchos a帽os atr谩s, cuando el puerto no estaba amurallado y la gente caminaba libre por las peligrosas instalaciones f茅rreas de barcos abandonados. En una lancha de las m铆ticas —que a煤n sobreviven al paso del tiempo— Joaqu铆n era el sereno del nav铆o, es decir, que viv铆a en el lugar cuidando que la embarcaci贸n no sufriera hurtos por parte de los amigos de lo ajeno.
Las fechas no son seguras en mi memoria, pero quienes conocen los detalles no pueden omitir que, una tarde, cuando lo despidieron injustamente y el jefe no le quiso pagar su correspondiente sueldo, Joaqu铆n no tuvo m谩s remedio que subirse a lo m谩s alto del buque y amenazar con prenderse fuego. Esto alert贸 tanto a civiles como al personal de Prefectura que se apost贸 en el lugar. Las cr贸nicas de la 茅poca lo trataron como un episodio de nervios o dijeron que padec铆a alg煤n trastorno mental. Lo que se sabe es que ahora el hombre vive sus d铆as en una peque帽a embarcaci贸n dentro de la zona industrial del puerto. Un final casi po茅tico para quien alguna vez custodi贸 embarcaciones y hoy descansa en una.
Otra de las historias que oculta la ciudad —y que creo que es mi favorita— ocurri贸 en el cementerio de Alem, un lugar tan misterioso como t茅trico, pero con un encanto que atrae a escritores en busca de nuevas historias.
Esto que les cuento fue real y qued贸 documentado solo en los libros de guardia.
Hace muchos a帽os, la polic铆a sol铆a hacer rondas dentro de los pasillos del cementerio por la inseguridad, los hurtos y las profanaciones. Era com煤n ver a un oficial o agente haciendo rondas de perimetraje, buscando que todo se encuentre en orden.
Una noche, como cualquier otra —no diremos su nombre por razones obvias— un agente tom贸 servicio de guardia junto con su compa帽ero, quien estar铆a en la oficina en caso de necesitar apoyo. Y adem谩s, como las noches de invierno en la ciudad son bastante fr铆as, algo de compa帽铆a para el mate nunca est谩 de m谩s.
La noche se empezaba a poner m谩s oscura por las calles internas del cementerio, haci茅ndolo cada vez m谩s t茅trico y atemorizante. Pero como el agente ya ten铆a experiencia, sigui贸 su camino sin importar.
De un momento a otro, escuch贸 un golpe muy fuerte que proven铆a de una de las b贸vedas. El golpe era seco, y una voz gutural ped铆a auxilio.
A unos kil贸metros de distancia, la ciudad cuenta con un hospital que fue inaugurado en los tiempos del general Per贸n, y era un hospital de alta complejidad para la 茅poca. Me refiero al Hospital General de Agudos, m谩s conocido como El Regional. En este funciona —hasta el d铆a de hoy— la parte psiqui谩trica, donde son internadas personas con problemas mentales.
En una com煤n guardia nocturna, un enfermero nota que una de las pacientes no est谩 en su cama, y da aviso a todo el personal del hospital. La paciente es buscada por cada piso del nosocomio y por los alrededores, ya que las noches fr铆as de invierno pueden ser fatales para estos casos.
Mientras tanto, en el cementerio, los golpes se volv铆an m谩s frecuentes y la voz retumbaba con m谩s fuerza entre los pasillos, agudizando la atenci贸n del agente y preocup谩ndolo, ya que estaba solo, y su compa帽ero tardar铆a minutos en acudir.
—Pum, pum —segu铆an los golpes, y cada vez se escuchaba m谩s fuerte el grito de auxilio que sal铆a de una de las b贸vedas.
En el hospital, los enfermeros, desesperados por la desaparici贸n de la paciente, acudieron a llamar a la polic铆a. Se trataba de una paciente con esquizofrenia paranoide, con alucinaciones y p茅rdida de contacto con la realidad. No era peligrosa para otros, pero era muy probable que se autolesionara.
—Pum, pum —ya los golpes inquietaban al agente. Llam贸 por radio a su compa帽ero, quien le respondi贸:
—Dejame tranquilo. Vos segu铆 caminando, que no pasa nada.
—Pum, pum —las puertas de aquella b贸veda retumbaban en las calles solitarias del cementerio.
—¡Auxilio! —segu铆a gritando la voz. El agente, guiado por ella, sinti贸 c贸mo su pulso se aceleraba dr谩sticamente. Su mano se tens贸 sobre el arma, ya que no sab铆a si estaba frente a una situaci贸n con rehenes o simplemente era su imaginaci贸n.
—Pum, pum —la respiraci贸n se volvi贸 m谩s pausada. El agente ya estaba al borde de la demencia, porque no entend铆a c贸mo su compa帽ero no escuchaba esos terribles golpes ni el grito.
—¿Me estar茅 volviendo loco? —pens贸.
—¡Ayuda! —grit贸 la voz, ahora tan clara que su o铆do identific贸 la b贸veda de donde proven铆a. Estaba a unos pasos. Firme en sus pasos, camin贸 con sigilo.
—Pum, pum… pum… —hasta que el agente se par贸 frente a la b贸veda. Y de un golpe con la pierna derecha tir贸 abajo la puerta.
Ah铆 estaba.
Blanca como un fantasma, de pelo gris y con un camis贸n del hospital, la paciente que se hab铆a escapado del nosocomio.
Obviamente, esta historia jam谩s trascendi贸 m谩s all谩 de las charlas de mate entre empleados del cementerio. Hasta hoy.
La 煤ltima de las historias que tengo para contarles nos trae un personaje tan amable como olvidado.
En las calles Bermejo y Ortiz de Z谩rate viv铆a un hombre de quien nunca se supo bien su origen ni de d贸nde ven铆a su nombre. Pero era conocido como Malvinas. Horacio, para quienes lo frecuentaban. Bohemio, si se quiere, pero dado para el arte.
Algunos dicen que su apodo se debe a que combati贸 en la Guerra de Malvinas, y de ah铆 qued贸 su nombre. Otros, que su familia era de muchos recursos y 茅l decidi贸 irse a vivir solo, terminando en la calle. Nadie conoc铆a bien su leyenda. Pero su domicilio era una f谩brica abandonada.
Sol铆a salir en su bicicleta —que un vecino le hab铆a preparado— para poder hacer diversos trabajos, como transportar su set de pinturas y escuadras. 脡l era letrista, y con ese oficio ganaba el pan de cada d铆a.
Pasaba por el puerto, luego por alg煤n almac茅n, y terminaba en la calle Edison, charlando con alg煤n vecino de la zona.
Quiz谩s no tenga una gran historia propia, el viejo Horacio. Pero con su trabajo precario pint贸 las letras de muchos carteles que hoy, como 茅l, pasaron al olvido.
Y es por eso que hoy, a modo de homenaje a los an贸nimos de Mar del Plata, les son dedicados estos peque帽os textos.
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