Abrir las alas


El calor ascendía y se sentía en la piel esa mañana de diciembre. Las fiestas se aproximaban y la fatiga de cargar una mochila pesada, con sueños y folletos, se notaba en cada paso. Caminaba por las calles de una ciudad que crecía cada vez más hacia arriba.

Miré el celular y las únicas notificaciones eran de trabajos rechazados. La frustración, mezclada con la brisa de verano, hacía que la tarea se complicara a cada minuto. El agua de la botella había pasado de estado sólido a gaseoso y burbujeante, lo que no refrescaba la sed que sentía al depositar cada volante en los buzones de correo.

Cuando encontraba edificios, mi exaltación era mayor, ya que podía dejar cumpliera mi objetivo.muchos más productos en un solo movimiento. Pero los carteles que me limitaban mi tarea decían: No junk mail. Eso dificultaba que

El saldo en la cuenta estaba en cinco dólares, y eso era suficiente para mi última comida caliente… o para guardarlos para el boleto de mi próximo viaje en tren.

La frustración crecía conforme pasaban los minutos y el sudor caía en las calles calurosas de una ciudad que se vestía para una Navidad solitaria.

Caminando con paso lento y firme, me detuve, miré hacia el horizonte, tomé el teléfono y marqué. Del otro lado se escuchó una voz respondiendo. La mía, con calma, dijo: —Renuncio.

Miré nuevamente alrededor, solté los folletos —que volaron hacia el basurero— y caminé con la libertad que mis alas venían a buscar en la tierra de las oportunidades.

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