Los sueños que dejamos en la puerta del aeropuerto

 



Alberto Flacco

Hace muchos años trabajaba en una empresa de vigilancia. Digamos que no era lo mejor del mundo, pero me podía dar mis gustos. En una oportunidad, se me metió en la cabeza estudiar algo que de verdad me gustara, y me enlisté en la carrera de periodismo. En ese entonces creía que escribir me podía ayudar a pasar mis pensamientos a palabras.

Al principio trabajé lo más que pude, pero mi trabajo siempre tenía horarios que no coincidían con los de estudio. Trabajaba desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde, y mis clases comenzaban a las nueve. Era una verdadera tortura.

Una tarde, muy cansado, fui a solicitar a mis supervisores un cambio. Les dije que debía estudiar, y que por favor me urgía tener un horario que me permitiera hacerlo. Recuerdo que el supervisor en ese entonces me dijo: —Lo lamento, pero o estudiás o trabajás. No podemos hacer excepciones. Hoy no hay un horario que te permita hacer las dos cosas.

Me llevé una rabia por dentro, porque sentí como si mi mundo se cayera a pedazos.

Hoy siento algo parecido. Hay una opción de escribir y, más adelante, ganar algo de dinero haciendo lo que me gusta… Pero Australia, y emigrar en general, no te lo permiten tan fácil. Es como si tuvieras que elegir: o estudiás y trabajás de lo que “sirve”, o arreglate como puedas. Y no es que Australia sea el problema —el país no se complota para que trabajes en lo que les conviene—, pero muchas veces se siente así. Se siente como si no hacés la profesión que estás profesando, las puertas se cierran.

Conozco un montón de casos de profesionales que pasaron por la misma crisis que tengo yo, pero con distintas dificultades: abogados o médicos en otro país, que sienten que sus años, licenciaturas, dedicación… se perdieron porque ahora limpian o hacen un trabajo que no les gusta.

Y aunque todo parezca oscuro, yo creo que debe existir una forma.

Migrar a veces no es solamente tomar un vuelo y echarse a la aventura. También es desprenderse de los orgullos y de los estigmas.

Quizás vos pensás: “Estudié cinco, diez años esta profesión… ¿para venir a servir comida en un triste café que no me permite hacer algo más?” Y la migración es un montón de plata, sí. Pero aun así, debe existir algún método para cumplir los sueños que dejamos en la puerta del aeropuerto.

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